Los últimos escándalos han puesto en evidencia algo que la ciudadanía catalana ya sabía pero los políticos negaban, a saber: que no cabe hablar de “casos” de corrupción, sino de un sistema corrupto del que son cómplices, por acción u omisión, todos los partidos representativos, casi sin excepción. El hecho de que el Parlament conociera las irregularidades contables del Ayuntamiento de Santa Coloma y no moviera ni un dedo para investigar los hechos constituye una pieza de convicción irrefutable de la putrefacción de toda una clase política.
Coherentemente con ello, se sigue respetando a quien ha sido el inventor del modelo corporativista de “ley del silencio” mafiosa que impera en Cataluña y que hace de la corrupción un hecho intrínsecamente vinculado al actual catalanismo. Ese hombre es Jordi Pujol i Soley, alguien que con el caso Banca Catalana puso los fundamentos del oasis catalán. Estamos ante un dispositivo de opacidad informativa en virtud del cual toda crítica a lo que no funcione en el país se considera un acto antipatriótico. Bajo tal paraguas ideológico, los corruptos, los incompetentes y los criminales se han sentido impunes durante décadas y, claro, el cáncer se ha ido extendiendo hasta enfermar la totalidad de los tejidos institucionales, generando una auténtica metástasis.
El estallido coincide con una crisis económica mundial de consecuencias devastadoras, de manera que este “hecho diferencial” específico del sistema político catalán nos hace singularmente vulnerables a los catalanes, pues supone la desmoralización y pérdida de valores de toda una sociedad. Cataluña no se recuperará hasta que se levante la veda del pujolismo y del personaje Pujol, lo que implica un verdadero ajuste de cuentas con el pasado y un relevo generacional en todos los partidos o bien, en caso de que éstos se empeñen en mantener el dispositivo oligárquico imperante, la fundación de organizaciones alternativas, asamblearias y democráticas, de ciudadanos autónomos.
Es necesario, sin duda, un cambio profundo, pero se equivocan quienes crean que éste vendrá de un nuevo gobierno de CiU. Artur Mas, nombrado a dedo por Pujol como su “heredero”, es “más de lo mismo”: la perpetuación directa y flagrante del pujolismo. No hablemos ya de Duran i Lleida, paradigma del catalanismo corrupto. Apoyar actualmente al nacionalismo “de siempre” equivale a querer apagar un incendio con gasolina.
Jaume Farrerons
19 de noviembre de 2009
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