El nacionalismo catalán está en crisis. Aunque la gran masa de sus seguidores no sea demasiado consciente de ello, los dirigentes políticos de la impostura separatista sí lo son. ¿En qué consiste esta crisis? Pues, simplemente, en el agotamiento del modelo pujolista, consistente en aplazar para el futuro una independencia mítica, un paraíso por venir pero instalado siempre en el horizonte y, mientras tanto, ir chupando del bote. Sus propias palabras les exigen pasar a la acción o desaparecer, pero los políticos, acostumbrados a la buena vidorra institucional, saben que esto puede ser muy, muy duro, y no se acaban de aclarar, por decirlo suavemente.
De un lado, quieren asegurarse en propiedad el utópico valor "independencia futura" que les da de comer, de otro, tildan de irresponsable extremista a quien parezca tomarse en serio esta palabra. El caso Carretero es muy claro. El partido más inclinado a representar el papel de desmelenado en toda esta comedia patriótica pseudo catalanista ha desgustado ya las administraciones y conoce las mieles de la poltrona. ERC siente pavor de sí misma y por eso pacta con el PSC: es una forma de ir alargando el pujolismo, deliciosa travesía del desierto, con la excusa de que, ante todo, son un partido de izquierdas y no quieren revolcarse en la cama con los derechistas de Convergència i Unió. Falso, ERC es también un partido de derechas y, además, de la peor especie.
Por su parte, Artur Mas (más de lo mismo) invita una y otra vez a ERC a cuadrar la ecuación ERC+CiU=Cat, pero esto sólo significa para muchos recuperar el poder y el tren de vida que caracterizó su larga etapa clásica de chuponaje (Catalanisme i Progrés). Otro sector de CiU, los soberanistas, quieren representar la farsa del rasgamiento de vestiduras (ens roben!) en competencia con ERC y son conscientes de que si se alían con el partido de Carod-Rovira y Puigcercós ya no tendrán excusas: la propia lógica del estar obligado a demostrar que ellos son más nacionalistas que ERC escapará tarde o temprano a su control. Temen hacer el ridículo -síndrome de octubre del 34- y que la bicoca se acabe de forma definitiva tras un desastre descomunal harto presumible.
El abismo se abre ante ellos. Sienten angustia. Cuando reclaman la independencia, saben que es un farol, están aterrorizados. Cobardes.
El caso de Duran Lleida es ridículo: este oportunista donde los haya un día antójase independentista y al siguiente sueña con ostentar cartera de ministro en Madrid. Sólo piensa en su culo y en su carrerita personal. Poder. El sillón y la secretaria (!ay, la secretaria!) es lo que más le motiva en la vida. Así, si en su entorno alguien habla de independencia, lo tacha de radical, pero horas más tarde pronuncia un discurso bajo una estelada, ignominioso símbolo del comunismo de Terra Lliure. Duran i Lleida es la expresión pura y dura del catalanismo cobarde, mentiroso, corrupto y criminal que corroe por dentro esta comunidad autónoma. Cara duran.
Finalmente, está el factor vasco. Los nacionalistas catalanes se habían acostumbrado a que el nacionalismo euskaldún ejerciera de partida de la porra en el anhelado proyecto de destruir España. Por cierto que los catalanistas, si pudieran, desmontarían el país de una tacada. Pero lo que más temen es tener que verter su preciosa sangre de parásitos oligárquicos por la patria que tanto dicen amar y que en realidad no representa otra cosa que su modus vivendi.
Eran en efecto los vascos, tan brutos ellos, quienes tenían que derramar la sangre propia y de otros, mientras aquí se jugaba a la moderación y al farisaico gradualismo. Pero en el nacionalismo euskalherríaco la crisis es todavía más profunda que en el catalán. La descomposición política de la izquierda abertzale ha dejado el relevo en manos de los burgueses del PNV; éstos, empero, después de extorsionar durante años con el secesionista Plan Ibarretxe, han demostrado que sólo eran otro buñuelo de viento. España no debe temer nada frente a semejante caterva de vividores. Con cuatro milicias patrióticas y el cabo los derrotaríamos, nosotros, que no tenemos miedo a morir por nuestras ideas.
Los nacionalistas catalanes están, pues, solos con su "heroísmo" del soldat català, un heroísmo del que, empero, carecen totalmente. Prisioneros de sus contorsiones, saben que deben avanzar hacia la independencia y que, si la quieren, han de dar ya el paso al frente, pero no se sienten capaces, les tiemblan las piernas. El montillismo es la expresión de esta extrema putrefacción de la narración histórico-ideológica que, como un coito, iba del catalanismo (penetración) al nacionalismo (frotamientos) y de éste al orgasmo profético-utópico de la independencia nacional.
!Ni más ni menos que el paraíso! Esta ideología toca a su fin porque nadie, excepto desequilibrados como Carretero o los grupos radicales de extrema izquierda marxista, quiere arriesgarse después de un cuarto de siglo aplazándolo en nombre de una presunta moderación que, en realidad, era otra cosa muy diferente. Tienen miedo a eyacular, no sea que, a renglón seguido, algunos ciudadanos indignados y armados les recuerden que provocar una guerra civil tiene su precio.
Jaume Farrerons
11 de septiembre de 2009
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