Para los que estamos en Ciutadans de Cataluya, el nacionalismo catalán actual designa de forma exacta y rigurosa todo lo que no queremos en política. Por tanto, hay que hacer un esfuerzo e intentar definir ese nacionalismo, no sea que, por desconocimiento de sus más oscuros y secretos recovecos, lleguemos a caer en algunos de sus vicios. Además, la definición del nacionalismo tiene una ventaja, a saber, que si en un tema los nacionalistas hacen o dejan de hacer de una determinada manera, normalmente podemos deducir que la correcta será la contraria. El método resulta casi infalible. Por tanto, es importante responder a la siguiente pregunta: ¿qué es el nacionalismo catalán actual?
Atengámonos estrictamente a los términos del planteamiento. No cuestionamos qué sea el catalanismo en general o qué fue o podría haber sido o será el catalanismo: mi problema, al menos, tiene que ver con el nacionalismo catalán actual, que ostenta nombres y apellidos. Si en el futuro, un hipotético catalanismo fuera capaz de traer más democracia, más progreso y más justicia a este país, yo no lo rechazaría de antemano. La cuestión, ahora, es que este nacionalismo, y me consta porque lo he conocido a fondo, sólo puede llevarnos a la ruina como pueblo.
Ante todo me interesa el motor secreto del nacionalismo catalán actual, su núcleo aglutinante más allá de las siglas, de los símbolos, de los partidos, de las ideologías y de los personajes.
Atengámonos estrictamente a los términos del planteamiento. No cuestionamos qué sea el catalanismo en general o qué fue o podría haber sido o será el catalanismo: mi problema, al menos, tiene que ver con el nacionalismo catalán actual, que ostenta nombres y apellidos. Si en el futuro, un hipotético catalanismo fuera capaz de traer más democracia, más progreso y más justicia a este país, yo no lo rechazaría de antemano. La cuestión, ahora, es que este nacionalismo, y me consta porque lo he conocido a fondo, sólo puede llevarnos a la ruina como pueblo.
Ante todo me interesa el motor secreto del nacionalismo catalán actual, su núcleo aglutinante más allá de las siglas, de los símbolos, de los partidos, de las ideologías y de los personajes.
Es, primero, un sentimiento, no una idea.
Segundo, de entre todos los sentimientos posibles, es un sentimiento de odio.
Tercero, de todos los objetos de odio posibles, el nacionalismo catalán actual ha elegido uno, y no la injusticia precisamente, no, sino una entidad denominada España y definida por el uso de una lengua, a saber, la castellana.
Por ende, el nacionalista catalán coherente tiene que odiar, de manera necesaria, a la mitad de los catalanes, es decir, a todos aquellos que hablan castellano y que en este país suman más o menos 4 millones de personas. La realización de los objetivos nacionalistas, la separación de España, la independencia, es así, de forma automática, la escisión interna de Cataluña y la discriminación de una parte de sus habitantes.
Pero además, en la parte de los catalanohablantes, el nacionalismo actual también genera una segregación. Así, están los catalanohablantes nacionalistas y los no nacionalistas. Los segundos constituyen un estrato intermedio entre los castellanohablantes y los catalanes sectarizados, es decir, obedientes a las consignas de odio y deseosos de servir a sus jefes.
Y luego, dentro del subconjunto de los nacionalistas, que aproximadamente suman un millón y medio de personas, todavía existen clases, porque el hecho de ser nacionalista no representa ninguna garantía de nada, no, además hay que pertenecer a determinados círculos, a determinadas familias, tener unos apellidos concretos, ser católico (de derechas o de izquierdas), etcétera.
De entre las filas de los nacionalistas, se encumbran en el horizonte del beneficio unas 200 familias aproximadamente. Se calcula que existen 400 personas en Cataluña que pueden darse la mano casi todos los días en la mayoría de los enclaves sabrosos de la sociedad catalana, en las instituciones, en las ONGs, en las cúpulas de los partidos, de las grandes empresas, allí donde, en general, "se toca" poder.
Cuando los políticos catalanes hablan por ahí de "más poder para Cataluña", en realidad no están hablando de los habitantes de este país, de esta comunidad autónoma del Estado español, pero tampoco de los catalanes de apellido, de los que hablan catalán, y ni siquiera de los que, dentro de ese 50% del censo, se declaran nacionalistas. No. Más poder para Cataluña -y esto los catalanes de apellido y los nacionalistas de base deberían saberlo- significa más poder para las 200 familias y las 400 personas que ya lo controlan casi todo y quieren eliminar ese "casi" para alcanzar el optimum vital al que pueden aspirar: el control absoluto de la comunidad autónoma.
Por ello, entre otras cosas, echo de menos algo en el segundo manifiesto de Ciutadans de Catalunya, a saber: un mensaje de esperanza para esos 3 millones de catalanes de apellido y lengua que no son nacionalistas pero que se sienten orgullosos de ser catalanes y que, con el texto en la mano, quizá terminen siendo tentados a engrosar las filas del nacionalismo. Y también encuentro a faltar un mensaje de esperanza incluso para los miles de nacionalistas que, adoctrinados en el odio a España y a los españoles, en su vida cotidiana practican el amor, el compromiso con su tierra como una suerte de virtud cívica y ética. ¿No hay para ellos otra versión del catalanismo que la actual? ¿Vamos a darle un objeto concreto, palpable, a ese odio virtual que los sinvergüenzas de la oligarquía, en beneficio propio, han inculcado en sus corazones? ¿No sería posible colocar ante ellos la posibilidad de un patriotismo cívico, basado en el amor y el respeto a la ley?
Finalmente, quisiera echar una ojeada a dos cuestiones que analizaré más adelante en otros artículos pero que tienen mucho que ver con lo que acabo de decir.
Se trata, en primer lugar, de la cuestión del respeto a la ley, sentimiento que el nacionalismo catalán actual corroe desde la base por su misma naturaleza segregacionista. En efecto, según afirmó Núria de Gispert, ex consellera de Justicia, en una carta a sus propios afiliados de Unió, el compromiso político nacionalista está "més enllà de la llei". ¿Qué significa esta frase enigmática?Conviene aclarar que la carta de marras se redactó en plena tempestad por los escándalos de corrupción que han sacudido a todos los departamentos de la Generalitat controlados por Unió, el partido de Duran i Lleida y de la propia De Gispert. Estamos ante una confesión que aclara mucho sobre la naturaleza del nacionalismo catalán actual, a saber: toda vez que el sistema legislativo vigente ha de ser suprimido cuando Cataluña consiga la independencia, la ley no debe inspirar ningún respeto (respeto, un sentimiento asaz democrático). Y cuando digo ley me refiero tanto a la Constitución como al más humilde reglamento, por ejemplo el de prisiones; a la idea y al concepto mismo de "norma", que algunos juzgan puramente instrumental pero que es inseparable de una vida humana digna de ese nombre. Así, si el cumplimiento de la legalidad puede traducirse en un escándalo que afecte a la imagen internacional de Cataluña. Pensemos por ejemplo en un caso de malos tratos carcelarios -y no me coloco precisamente en el terreno de la ficción-, entonces hay que silenciarlo, lo que implica dejar escapar a los maltratadores, lo que tiene como consecuencia que éstos salen reforzados y, sabedores de su impunidad, perpetrarán más malos tratos, lo que supone que la rehabilitación de los presos devendrá pura ficción y la institución penitenciaria, fundamento fáctico de la ley, se derrumbará por su misma base, lo que a su vez...
Al nacionalismo no le importan las consecuencias de sus actos, sino sólo el objetivo que quiere conseguir a toda costa, a saber, la independencia, lo que significa: el poder absoluto para las 200 familias que mueven, en interés propio, todas las redes de complicidades que van desde el guiño al racismo y el terrorismo a la corrupción; desde el enchufismo administrativo a la persecución de los disidentes, etcétera.
La segunda cuestión que me interesa es la de las consecuencias de un eventual éxito electoral de Ciutadans de Catalunya, que se traducirá, a mi entender, tarde o temprano, en un retroceso del PSC y del PP, por un lado, y en un avance de ERC y CiU por otro. Por tanto, tendremos un gobierno de Frente Nacionalista resumido en la siguiente fórmula, que veo pintada como graffiti en muchas esquinas de nuestras ciudades y pueblos: ERC+CIU=Catalunya.
¿Qué le ocurrirá a este país bajo un gobierno bipartito de semejantes características? Nada bueno. Por ello, quisiera concluir con tres núcleos temáticos interrelacionados:
1/ necesidad de introducir, dentro del discurso de Ciutadans de Catalunya, un espacio no hegemónico pero sí relevante, que ensalce un catalanismo basado en el patriotismo cívico, el amor al país y el respeto a la ley. Ya hemos visto que una cosa va con la otra, el desprecio a la ley y el odio a España son lo mismo, porque la postura antiespañola, es decir, separatista, vacía de contenido la legalidad vigente.
2/ la realidad del catalanismo es incontestable, Cataluña no va a dejar de ser catalanista, de lo que se trata es de fragmentar el bloque oligárquico que mueve los hilos emocionales generando en su interior disidencias que lo debiliten entre los catalanes de apellido y lengua e incluso entre los nacionalistas desengañados.
3/ la posibilidad de revisar la historia de Cataluña para detectar los elementos de una catalanidad de la idea, no del sentimiento, de la ley, no de la lengua, y de la democracia, no de la oligarquía, para así culminar el proceso de transversalización de Ciutadans de Catalunya (en el primer manifiesto se declara de centro izquierda, ahora acoge a todos excepto a los catalanistas) con una auténtico desafío al nacionalismo, algo que de verdad le va a dar miedo: una concepción democrática del catalanismo.
Jaume Farrerons
29 de marzo de 2006
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